lunes, agosto 07, 2017

Henry Wadsworth Longfelow / Divina Commedia





















I

He visto a menudo en la puerta de alguna catedral
a algún trabajador detenerse en el polvo y el calor,
apoyar su carga, y con pies reverentes
entrar y persignarse, y luego arrodillarse
en el piso para decir su Padrenuestro:
a la distancia los rumores del mundo se alejan;
el ruidoso clamor de la calle
se convierte en un bullicio imperceptible.
Así que cuando entro aquí día tras día,
y dejo mi carga en la puerta de esta catedral,
arrodillado en oración, y sin avergonzarme de rezar,
el galimatías de un tiempo sin consuelo
se desvanece ante el murmullo inarticulado,
mientras los tiempos eternos miran y esperan.

II

¡Qué extrañas son las esculturas que adornan estas torres!
Esta multitud de estatuas, en cuyas mangas plegadas
los pájaros construyen sus nidos; mientras se cubren con hojas
pórticos y portales florecen como glorietas entrelazadas,
y ¡la enorme catedral parece una cruz de flores!
Pero demonios y dragones en los aleros con gárgolas
miran al Cristo muerto entre los ladrones vivientes,
y debajo ¡el traidor Judas se degrada!
¡Ah! De qué agonías del corazón y la cabeza,
cuántas exultaciones pisoteando desesperadas,
cuánta ternura, cuántas lágrimas, cuánto odio por el mal,
elevan este poema de la tierra y el aire,
¡este milagro medieval del canto!
   
III

Entro y te veo en la penumbra
de los largos pasillos, ¡oh poeta saturnino!  
y me esfuerzo para que mis pasos mantengan el ritmo de los tuyos.
El aire se llena de un perfume desconocido;
la congregación de los muertos hace lugar
para que pases; las lámparas votivas brillan;
como grajos acechando los bosques de pino de Ravena
los ecos en el aire vuelan de tumba en tumba.
Desde los confesionarios escucho elevarse
los ensayos de olvidadas tragedias,
y lamentos desde las criptas;
y luego una voz celestial que comienza
con las patéticas palabras: “Aunque tus pecados
sean escarlata” y concluye con: “como la nieve”.

IV

Con velo blanco como nieve y prendas en llamas
ella está frente a ti, ella que hace largo tiempo
llenó tu corazón joven con pasión y con el dolor
de donde salió tu canto y todos su esplendor;
y mientras con grave reproche ella dice tu nombre,
el hielo en tu corazón se derrite como la nieve
de los picos de las montañas, y luego en rápido desborde
brota de tus labios en sollozos contritos.
Haces la confesión más completa; y un resplandor,
como el del amanecer en un bosque oscuro brota,
y parece crecer en tu frente erguida;
Leteo y Eunoe –el sueño recordado
y la tristeza olvidada– traen al fin
el perdón perfecto que es la paz perfecta.

V

Levanto la vista, y todas las ventanas brillan
con las formas de los Santos y hombres santos que murieron,
aquí martirizados y fueron glorificados en el más allá;
y la gran Rosa muestra sobre sus hojas
el Triunfo de Cristo, y las angelicales redondillas,
con gloria sobre gloria multiplicados;
y Beatrice otra vez al lado de Dante
no más regaños, sino sonrisas ante sus alabanzas.
Y luego suena el órgano, y coros no visibles
cantan los viejos himnos latinos de paz y amor
y bendiciones al Espíritu Santo;
y las melodiosas campanas entre los capiteles
sobre los techos de todas las casas y en los cielos arriba
¡proclaman la ascensión de la Hostia!

VI

¡Oh estrella de la mañana y de la libertad!
Oh portadora de luz, cuyo esplendor brilla
por encima de la oscuridad de los Apeninos,
¡precursor del día que será!
Las voces de la ciudad y del mar,
las voces de las montañas y de los pinos,
repican tu canto, hasta que los versos familiares
¡son caminos para el pensamiento de Italia!
Tu fama se propaga desde las alturas,
a través de las naciones,  y un sonido es oído,
como un viento poderoso, y hombres devotos,
extranjeros de Roma y los nuevos prosélitos,
en su propia lengua oyen tu magnífica palabra,
y muchos se asombran y muchos dudan.


Henry Wadsworth Longfelow (Portland, Maine, Estados Unidos, 1807-Cambridge, Estados Unidos, 1882)
Versión © Silvia Camerotto

Ref.: Poetry Foundation
Foto: Henry Wadsworth Longfellow por Julia Margaret Cameron, 1868. Wikipedia


Nota de la traductora:
Estos seis sonetos fueron escritos por Longfellow mientras traducía la Divina Comedia y se publicaron como flyleaf (hoja suelta) con cada parte de la obra. El primer soneto fue escrito luego de que entregara al editor los dos primeros cantos del Infierno, y éste y el segundo soneto prologaron el libro. El tercero y el cuarto, el Purgatorio; el quinto y el sexto, el Paraíso.

Nota del administrador:
* Los cantos XXVIII, XXIX y XXX del Purgatorio son aludidos en estos versos de Longfelow. Dante ha llegado al Paraíso Terrenal, que está desierto, pues el hombre y la mujer fueron expulsados de allí en el origen de la Creación. Encuentra ese paisaje en la cima de la colina del Purgatorio, y habla con una mujer que le comunica las propiedades de los dos ríos que discurren frente a él. Uno es el Leteo, el otro es el Eunoe, que no existe en la tradición griega: actúa permitiendo recordar las buenas obras, en tanto las malas las borra el Leteo. El antiguo Letè se supone unido a creencias de reencarnación que no fueron, al parecer, dominantes en la civilización griega. Dante (el autor) no estuvo conforme con la idea de un solo río que borrara la memoria, aunque tuvo presente la idea de regeneración. De hecho, la combinación de los dos baños bautismales producirá un hombre nuevo en él mismo, personaje de su obra. En los cantos siguientes, una procesión simbólica acude al Edén. Para felicidad de los alegoristas, cada figura de esa procesión representa seres divinos y humanos. La encabeza un carro que se entiende, en general, es la Iglesia. Y desde allí, vestida de rojo, verde y blanco (en una extraña prefiguración de la bandera italiana actual, que se origina en el estandarte de la Legión Lombarda incorporada en 1796 al ejército napoleónico), Beatriz le hablará a Dante, por primera vez desde su muerte.

Quinci Letè; così da l'altro lato
Eunoè si chiama, e non adopra
se quinci e quindi pria non è gustato, Purg. XXVIII
  (--Este es el Leteo; y del otro lado
Eunoe se llama, y no actúa
si aquí y allá antes no es gustado)

sovra candido vel cinta d'uliva
donna m'apparve, sotto verde manto
vestita di color di fiamma viva, Purg. XXX
 ( --sobre cándido velo, orla oliva,
dama apareció, bajo verde manto,
vestida de color de llama viva)



Divina Commedia

I
Oft have I seen at some cathedral door 
      A laborer, pausing in the dust and heat, 
      Lay down his burden, and with reverent feet 
      Enter, and cross himself, and on the floor 
Kneel to repeat his paternoster o'er; 
      Far off the noises of the world retreat; 
      The loud vociferations of the street 
      Become an undistinguishable roar. 
So, as I enter here from day to day, 
      And leave my burden at this minster gate, 
      Kneeling in prayer, and not ashamed to pray, 
The tumult of the time disconsolate 
      To inarticulate murmurs dies away, 
      While the eternal ages watch and wait. 

II 
How strange the sculptures that adorn these towers! 
      This crowd of statues, in whose folded sleeves 
      Birds build their nests; while canopied with leaves 
      Parvis and portal bloom like trellised bowers, 
And the vast minster seems a cross of flowers! 
      But fiends and dragons on the gargoyled eaves 
      Watch the dead Christ between the living thieves, 
      And, underneath, the traitor Judas lowers! 
Ah! from what agonies of heart and brain, 
      What exultations trampling on despair, 
      What tenderness, what tears, what hate of wrong, 
What passionate outcry of a soul in pain, 
      Uprose this poem of the earth and air, 
      This mediæval miracle of song! 

III
I enter, and I see thee in the gloom 
      Of the long aisles, O poet saturnine! 
      And strive to make my steps keep pace with thine. 
      The air is filled with some unknown perfume; 
The congregation of the dead make room 
      For thee to pass; the votive tapers shine; 
      Like rooks that haunt Ravenna's groves of pine 
      The hovering echoes fly from tomb to tomb. 
From the confessionals I hear arise 
      Rehearsals of forgotten tragedies, 
      And lamentations from the crypts below; 
And then a voice celestial that begins 
      With the pathetic words, "Although your sins 
      As scarlet be," and ends with "as the snow." 

IV
With snow-white veil and garments as of flame, 
      She stands before thee, who so long ago 
      Filled thy young heart with passion and the woe 
      From which thy song and all its splendors came; 
And while with stern rebuke she speaks thy name, 
      The ice about thy heart melts as the snow 
      On mountain heights, and in swift overflow 
      Comes gushing from thy lips in sobs of shame. 
Thou makest full confession; and a gleam, 
      As of the dawn on some dark forest cast, 
      Seems on thy lifted forehead to increase; 
Lethe and Eunoë — the remembered dream 
      And the forgotten sorrow — bring at last 
      That perfect pardon which is perfect peace. 

V
I lift mine eyes, and all the windows blaze 
      With forms of Saints and holy men who died, 
      Here martyred and hereafter glorified; 
      And the great Rose upon its leaves displays 
Christ's Triumph, and the angelic roundelays, 
      With splendor upon splendor multiplied; 
      And Beatrice again at Dante's side 
      No more rebukes, but smiles her words of praise. 
And then the organ sounds, and unseen choirs 
      Sing the old Latin hymns of peace and love 
      And benedictions of the Holy Ghost; 
And the melodious bells among the spires 
      O'er all the house-tops and through heaven above 
      Proclaim the elevation of the Host! 

VI
O star of morning and of liberty! 
      O bringer of the light, whose splendor shines 
      Above the darkness of the Apennines, 
      Forerunner of the day that is to be! 
The voices of the city and the sea, 
      The voices of the mountains and the pines, 
      Repeat thy song, till the familiar lines 
      Are footpaths for the thought of Italy! 
Thy fame is blown abroad from all the heights, 
      Through all the nations, and a sound is heard, 
      As of a mighty wind, and men devout, 
Strangers of Rome, and the new proselytes, 
      In their own language hear thy wondrous word, 
      And many are amazed and many doubt. 

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